Hace muchísimos años, en la antigua tierra de Egipto, vivía un faraón (es decir, como un rey) que gobernaba con mano dura sobre el pueblo hebreo.
¿Quién eran los hebreos? Los hebreos eran una tribu que Dios había elegido como su pueblo y para los que Dios tenía un plan específico. Como parte de tal plan, los hebreos habían sido llevados a Egipto como esclavos por el faraón.
El faraón, temiendo que los hebreos se hicieran más numerosos y poderosos, dictó una orden cruel y despiadada. ¡Decretó que todos los bebés niños hebreos debían ser matados al nacer! Imaginen la tristeza y el miedo que esto causó en las familias hebreas.
El nacimiento de Moisés
Pero una madre hebrea, llena de amor y valentía, decidió hacer algo para salvar a su bebé. Tomó una canasta de mimbre. Luego, con un corazón lleno de esperanza, colocó a su bebé en la canasta y la dejó flotar en el río Nilo.
La hija del faraón, una princesa, fue a bañarse en el río. Cuando vio la canasta flotando, su curiosidad y compasión la llevaron a investigar. Para su sorpresa, encontró a un hermoso bebé dentro de la canasta. La princesa supo de inmediato que era un bebé hebreo, pero en lugar de hacerle daño, sintió amor y ternura por él.
La princesa decidió adoptar al bebé y le puso por nombre Moisés. A partir de ese momento, Moisés creció en el palacio del faraón, rodeado de riquezas y lujos. Pero a medida que crecía, su corazón se llenaba de preguntas y dudas sobre su verdadera identidad.
Un día, Moisés presenció cómo un guardia egipcio maltrataba a un hebreo. Se llenó de ira y decidió intervenir para proteger a su hermano hebreo. En el fragor del momento, Moisés golpeó al guardia y, desafortunadamente, lo mató. Esto hizo que Moisés se sintiera asustado y confundido, y decidió huir de Egipto hacia el desierto.
En el desierto, Moisés se encontró con una vida completamente diferente. Aprendió a ser un pastor y vivió una vida sencilla, lejos de la riqueza y el poder del palacio. Fue durante este tiempo que algo extraordinario sucedió.
Moisés y la zarza
Un día, mientras Moisés cuidaba de sus ovejas en el monte Horeb, vio una zarza ardiente, pero que no se consumía en el fuego. Este fue un momento asombroso, porque la voz de Dios se hizo presente desde la zarza. Dios le habló a Moisés, diciéndole que debía regresar a Egipto y liberar a los hebreos de la esclavitud.
Moisés, aunque se sentía asustado e inseguro, decidió confiar en la guía de Dios y obedecer lo que le había pedido. Entonces, Moisés regresó a Egipto para pedir al faraón que dejara marchar a su gente a los hebreos.
Las 10 plagas de Egipto
Como podéis imaginar, el faraón no iba a aceptar fácilmente tal petición, ya que los hebreos eran sus esclavos, que trabajaban para él en todo tipo de tareas como la construcción de las famosas pirámides. Así, el faraón se negó una y otra vez, endureciendo su corazón.
Entonces, Dios advirtió al faraón con 10 plagas de que dejara marchar a los hebreos. Por ejemplo, Dios envió una plaga de ranas: había ranas por todas partes, si estabas en la cama, había ranas; si estabas en la mesa, había ranas; y si ibas a jugar a a lacalle, también había ranas.
Aun así, aunque había ranas por todas partes y era muy difícil vivir, el faraón seguía negándose a dejar marchar a los hebreos. Entonces Dios envió más plagas: plagas de moscas que apenas te dejaban respirar y plagas de langostas que se comían toda la cosecha.
Pero el corazón del faraón seguía endurecido y no dejó que se marcharan. Entonces, Moisés dijo al faraón: si no dejas que mi pueblo se marche, Dios enviará la plaga más cruel que nunca hayas visto: la muerte de los primogénitos en Egipto.
29 Y aconteció que á la medianoche Jehová hirió á todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sentaba sobre su trono… 30 Y levantóse aquella noche Faraón, él y todos sus siervos, y todos los Egipcios; y había un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiese muerto.
Esta plaga no afectó a los hebreos porque Dios ordenó a su pueblo que matara un cordero y pusiera un poco de sangre del cordero en las puertas de sus casas para que, cuando el ángel de Dios pasara, viera que el cordero había muerto en el lugar del primogénito.
Finalmente, después de que esto ocurriera, ¡el faraón cedió y permitió que los hebreos fueran liberados!
Moisés reunió a los líderes y les dijo que no olvidarían este día en el que Dios les liberó; para ello, recordarían este día con la Pascua: el recuerdo del día en que Dios pasó por alto las casas de los israelitas y los rescató.
Moisés y el mar rojo
Los israelitas salieron de Egipto y pronto llegaron al desierto mientras se dirigían a la tierra que Dios les había prometido. Pero el faraón se arrepintió de haber liberado a los israelitas y los persiguió con un gran ejército. Mientras los israelitas avanzaban por el desierto, se encontraron con el obstáculo más grande de todos: el Mar Rojo. ¡Era como un enorme muro de agua!
Entonces, Moisés hizo algo increíble. Extendió su vara y Dios obró un milagro. El agua del Mar Rojo se dividió en dos y se formó un camino seco en medio del mar. ¡Imagínense caminar en el fondo del mar con paredes de agua a ambos lados!
Los israelitas caminaron con valentía por este camino seco, cruzando el Mar Rojo. ¡Fue asombroso! Pero ¿qué creen que sucedió después? Cuando los egipcios intentaron perseguir a los israelitas, las aguas volvieron a su lugar original y los egipcios quedaron atrapados en el mar. Fue una victoria para los israelitas y un recordatorio del poder de Dios.
Viaje hacia la Tierra Prometida
Después de que Moisés y los israelitas cruzaron el Mar Rojo, continuaron su viaje por el desierto hacia la Tierra Prometida. Fue una aventura emocionante y llena de desafíos.
Una de las primeras cosas que Moisés hizo fue ayudar a su pueblo a encontrar comida y agua. Dios fue muy amable y les envió algo llamado «maná» del cielo. Era como una especie de pan mágico que les daba energía. También hicieron un alto en el camino y encontraron agua fresca en una roca. ¡Fue increíble!
Después de eso, Moisés subió a una montaña muy alta llamada el monte Sinaí. ¿Sabes qué pasó allí? ¡Dios le dio a Moisés algo muy especial! Le entregó diez reglas muy importantes para que las siguieran. A estas reglas se les llama los «Diez Mandamientos«. Eran como un mapa para vivir una vida feliz y respetuosa.
Lo cierto es que ninguna persona fue capaz de seguir los mandamientos de Dios en todo momento porque no hay nadie que sea perfecto. Por ese motivo, Dios tendría que enviar a una persona que sí sería capaz de seguir todas las reglas. Esa persona es Jesús, el hijo de Dios, que vivió una vida perfecta por nosotros y es nuestro salvador, es decir, nos salva cuando hacemos cosas que no están bien.
Moisés también ayudó a su pueblo a construir un lugar sagrado llamado el Tabernáculo. Era un lugar especial donde podían adorar a Dios y sentirse cerca de Él. Moisés trabajó con personas muy talentosas para construirlo y decorarlo con cosas hermosas.
Durante todo el viaje por el desierto, Moisés siempre estuvo allí para ayudar a su pueblo y guiarlos. A veces, algunas personas se ponían tristes o enojadas, pero Moisés les recordaba que Dios siempre estaba con ellos y que debían confiar en Él.
¡Fue una aventura emocionante llena de momentos asombrosos! Moisés era un líder muy valiente y amable que siempre se preocupaba por su pueblo.
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